Jesús Abad Colorado: la mirada por excelencia
Jesús Abad Colorado

Jesús Abad Colorado: la mirada por excelencia

Por: Nelson Fredy Padilla

Primera imagen: el país que le tocó

Primera página de El Espectador registrando los hechos del 22 de abril de 1967, día en que nació Jesús Abad Colorado.
Primera página de El Espectador registrando los hechos del 22 de abril de 1967, día en que nació Jesús Abad Colorado.

El día que nació Jesús Abad Colorado López en Medellín, sábado 22 de abril de 1967, Colombia estaba en guerra sin que nadie lo admitiera; la campesina familia Colorado López vivía en esa ciudad, desplazada por la violencia, cuando esa situación no hacía parte del vocabulario nacional; el gobierno, que ya había autorizado la creación de autodefensas para combatir a la naciente guerrilla de las Farc, decretó luto nacional porque “bandoleros de la banda de Tirofijo emboscaron y asesinaron a seis militares en Chaparral, Tolima”, región declarada “república independiente” por campesinos que se cansaron de pedir carreteras para sacar sus cosechas de café y combatían al Estado con carabinas. Según los periódicos de la época, la orden del presidente Carlos Lleras Restrepo fue contraatacar a sangre y fuego y crear una nueva brigada del Ejército en Neiva “para contener el avance sedicioso hacia el Huila”. Esa ciega Violencia que figura con mayúscula en nuestros libros de historia y que se repetiría, día a día, con el poder de una maldición, cinco décadas más. Entonces los reporteros tenían prohibido acercarse a las zonas de combate, sólo publicaban la versión de las autoridades y las únicas fotografías captadas eran de uniformados heridos en los hospitales. El mismo día que nació Jesús Abad se decidió la expulsión del periodista mexicano Mario Menéndez, director de la revista Sucesos, por venir a Colombia, cámara fotográfica en mano, entrevistar a los jefes de la guerrilla Ejército de Liberación Nacional y, de vuelta, cuando la Policía le descubrió “material subversivo”, negarse a revelar la identidad y ubicación de sus fuentes de información. Un editorial del diario El Espectador ató cabos y advirtió sobre la “vietnamización” de Colombia.

 

Segunda imagen: los abuelos 

Sus abuelos José María Colorado y María Dolores González.
Sus abuelos José María Colorado y María Dolores González.

“Mi abuelo José María Colorado, y mi tío Germán, fueron asesinados el 17 de agosto de 1960, por ser liberales en un pueblo conservador como San Carlos, Antioquia. Mi abuela María Dolores González murió cuatro meses después, el 14 de diciembre, de pena moral. Otro tío fue asesinado y desaparecido en el Magdalena Medio para quitarle su tierra. Dos de mis primos también fueron desaparecidos. Uno de ellos vivía en La India, Carare, Santander. En agosto de 1981 lo detuvieron, lo llevaron al batallón militar de Cimitarra junto a otro de mis tíos. Este último fue liberado. Pero a mi primo Abelardo Galeano, su esposa y sus tres hijos los dejaron en tinieblas. Otro primo fue secuestrado por las Farc en Meta, en septiembre de 1994. La familia pagó parte de lo que le exigieron pero le dijeron que el dinero solo alcanzaba para su comida durante el cautiverio. Se llamaba León Urrea y era padre de cuatro niñas. Una prima fue fusilada el 2 de agosto de 2002 por el noveno frente de las Farc, en San Carlos, Antioquia. Se llamaba Carmen Gallego. Mis abuelos habían sembrado en su familia amor y no sed de venganza. Por eso huyeron y nunca quisieron propagar el odio, porque sabían que éste se riega como el fuego”. 

 

Tercera imagen: padre y madre –me la envió por WhatsApp el 24 junio de 2017 avisándome de la muerte de su padre-: 

Fotografía del padre, Héctor, y la madre de Jesús Abad, Josefa, compartida por él con sus amigos el día del fallecimiento del primero.
Fotografía del padre, Héctor, y la madre de Jesús Abad, Josefa, compartida por él con sus amigos el día del fallecimiento del primero.

“Mis padres con algunos de los productos que cultivaban en una parcela, que era todo lo que tenían, y les bastaba para amarse, amar la vida y a su familia. Era verdad y bondad tanta belleza de un hombre campesino y sabio y la de mi madre Josefa que le sobrevive. Papá era un hombre honrado y noble, que nunca conoció la pereza, justo y ético, solidario, amoroso y no toleraba ni las malas palabras en nuestra boca. Mi padre, Héctor de Jesús Colorado González, nació en 1930 en San Rafael, Antioquia; de niño su familia se fue a vivir en San Carlos y de allí huyó desplazado entre lágrimas y con las manos vacías junto a mi madre y mis hermanos mayores y tíos en 1960. Papá y mamá, que muy poco estudiaron en la escuela, nos enseñaron que la educación, la solidaridad, la justicia y el respeto a las ideas eran el antídoto a la violencia. Papá murió amando la vida y alimentando en nuestro espíritu la construcción de un país con paz para todas las personas y eso incluye a la naturaleza. Cada día y para cada viaje le pedía su bendición junto con la de mi madre para sentirme protegido de su amor infinito. La última bendición se las pedí antes de partir a la vereda Gallo, en Tierralta, Córdoba, el lunes 19 de junio. Mi padre sabía de mis viajes para un registro sobre los últimos días de las Farc en armas –tras el Acuerdo de Paz con el gobierno de Juan Manuel Santos-. Ayer que regresé lo encontré en un pequeño cofre con sus cenizas. Abracé a mamá y también su almohada para sentirlo. Si me preguntan qué siento, debo decirles que continuar creyendo en un país mejor”.

 

Cuarta imagen: el dolor y el ojo

Jesus Abad con su cámara Nikon (tomada de saberpopular.org)
Jesus Abad con su cámara Nikon (tomada de saberpopular.org)

Con un punto de vista crítico del país y la época que le tocaron, Jesús Abad descubrió el poder de la mirada a través de la lente de una Contax que compró en 1988. Después una Canon F1 se convirtió en la extensión de su mano y su cerebro. “El dolor se me había metido por los ojos y se manifestó con la mirada de fotógrafo”, me dijo. Primero le llamó la atención la obra de Leo Matiz, la humanidad con que retrató a los campesinos de Colombia. “Por eso y por mi historia familiar entré a la Universidad de Antioquia pensando que le podía aportar algo al país y lo entendí desde segundo semestre, ante el asesinato selectivo de 21 profesores y estudiantes en 1987, una generación defensora de la justicia y los derechos humanos. Yo estaba en clase de fotografía y supe que a través de imágenes iba a contar la historia de Colombia”. En 1990, revelando fotos de los candidatos presidenciales Bernardo Jaramillo y Carlos Pizarro, quienes visitaron la universidad y días después fueron asesinados por la extrema derecha, supo que se iba a concentrar en el conflicto colombiano. En la práctica periodística aprendió la técnica cuando cada rollo sólo daba 36 oportunidades de obturar y la perfeccionó con el “instante decisivo” del fotógrafo francés Henri Cartier-Bresson, la visión de la guerra civil española del húngaro Robert Capa, el blanco y negro del estadounidense Ansel Adams, la valentía del brasileño Sebastiao Salgado.

 

Quinta imagen: las lecciones

La imagen de Misael y Karina huyendo de San Carlos Antioquia, tras la matanza de 2003.
La imagen de Misael y Karina huyendo de San Carlos Antioquia, tras la matanza de 2003.

 

Nos conocimos en los años 90 cubriendo hechos de guerra en Antioquia, él para el diario El Colombiano, yo para la revista Cambio y el diario argentino Clarín. Vi que sus fotos y método eran distintos al de todos los periodistas que corríamos de un lado a otro sin darnos tiempo para entender el fondo de cada tragedia. Haciendo reportajes para la revista Cromos, desde 2001aprendí de su paciencia, perseverancia, manejo de fuentes, independencia y, sobre todo, humanidad. A veces nos cruzábamos, como en la matanza de Bojayá en mayo de 2002. Cuando yo llegué en un helicóptero del Ejército él ya iba por el río acompañando el escape de los sobrevivientes. Se bajó de las aeronaves oficiales antes que yo para no quedarse con las versiones de los poderosos y mirar la realidad desde la supervivencia de los indefensos. Otra lección. Luego acompañamos a los desplazados cuando pudieron regresar a su caserío palafítico en septiembre. Ese mismo año, en octubre, fue mi guía en la Comuna 13 de Medellín durante la Operación Orión, un combate urbano entre las Fuerzas Armadas oficiales, y paramilitares aliados, versus milicias urbanas de la guerrilla. Fue tal la dimensión que el gobierno usó helicópteros artillados habiendo civiles de por medio. A todos los implicados los confrontamos. Nos faltó Mauricio García, exmilitar fundador de las Autodefensas Unidas de Colombia y comandante del Bloque Metro en esa ciudad, y Chucho no quedó tranquilo hasta que lo entrevistamos en las escarpadas montañas de San Roque, poco antes que sus propios compañeros de armas lo mataran en 2004.

 

Sexta imagen: el testigo

 Con uno de los personajes que conoció en la Comuna 13 de Medellín cuando era niña y posó de adulta para el documental El Testigo.
Con uno de los personajes que conoció en la Comuna 13 de Medellín cuando era niña y posó de adulta para el documental El Testigo.

Cuando no podía acompañarlo, me advertía en qué zona de violencia se encontraba. Puedo enumerar la mayoría de municipios de Antioquia, pero me detengo en momentos emblemáticos de su obra: los ataques contra la Comunidad de Paz de San José de Apartadó, las reiteradas tomas de la guerrilla a municipios como Granada. Me mandaba las fotos y luego hablábamos por teléfono para construir crónicas de sufrimiento con nombres propios. Chucho siempre cita de memoria los nombres de las víctimas que retrata y las citó en su libro Mirar de la vida profunda. De Granada es la imagen que para mí resume el mérito de Jesús Abad como testigo de la historia de este país: Beatriz García y Óscar Giraldo entrando a la iglesia bajo la luz de las 5 de la tarde, mientras se proyectan sombras humanas en torno a la cola del vestido blanco de la novia. A la derecha, frente al atrio, el letrero “la guerra la perdemos todos. Ayudemos todos a construir un proceso de paz”. Él fue el único que se quedó en el semidestruido pueblo hasta que esta pareja, con dos hijos, decidió que la vida debía continuar y que, antes de empezar la reconstrucción de sus casas, sus vidas seguirían según lo planeado por ellos y no bajo imposiciones de los actores armados. Todas las semanas me llamaba para mantenerme al tanto del drama de un nuevo pueblo y del seguimiento que había hecho a las víctimas de los anteriores: “Compañerito, te acordás de…”. No solo era profesionalismo, el oficio de informar vendiendo reportajes fotográficos para su sustento, era el compromiso humanitario con quienes conocía en medio de la guerra, su lucha “contra el olvido”. De todas las fotos que me envió me detengo en la que más dolor le causó: decenas de campesinos huyen de la vereda La Tupiada, en San Carlos, Antioquia, el pueblo de su familia y su pueblo, luego de la matanza de 17 moradores a manos de las Farc en 2003. Su denuncia de los silenciados por la barbarie la representó Misael con la nevera de su casa al hombro y su pequeña hija Karina corriendo al frente, descalza, con lo que pudieron meter en una mochila y rostro de pánico. Armamos la crónica mientras contenía las lágrimas. Terminamos y seguía lamentando “la suerte de este país”. 

Última imagen: el deber cumplido

Jesús Abad ColoradoEste es el retrato de una familia. Jesús Abad con quien fuera su esposa, Patricia Builes, “mi compañera”, la llama todavía y la admira, y sus hijos, Manuela y Santiago, de los que se siente orgulloso. Los conozco y sé los esfuerzos que han hecho, el miedo que han enfrentado por el trabajo de Chucho, que incluyó dos secuestros por parte de las guerrillas de las Farc (1997) y ELN (2000) aparte de muchos riesgos como el día que casi muere con un colega a manos de los paras en San Carlos Antioquia. Su familia, simboliza la dignidad frente a la violencia. Por eso muestran los mismos rostros felices que vi en abril del año pasado cuando los acompañé al lanzamiento de El testigo, el documental de Caracol Televisión, dirigido por la británica Kate Horne, sobre la vida de este fotógrafo que recibe el Reconocimiento a la Excelencia del Premio Gabo por mostrarnos el país que aún nos negamos a ver, el de las víctimas que, en medio de dolor, resistieron guerrillas, paramilitares, fuerzas del Estado, todo tipo de violencias que hoy mutan en nuevas mafias armadas, héroes que debemos acercar a nuestros corazones para poder hablar de paz verdadera. Es el espíritu que el propio Chucho transmite en sus charlas para víctimas, victimarios, dirigentes, empresarios, ciudadanos de a pie y que terminan casi siempre en abrazos. El espíritu que se han llevado del Claustro de San Agustín, en el centro de Bogotá, más de medio millón de visitantes de la exposición El Testigo, desde el presidente de Alemania o de Colombia y hasta el más humilde campesino. Un recorrido por 25 años de guerra a través de 500 fotografías elevadas al nivel de instalación artística por la curadora y museógrafa Belén Sáez de Ibarra, directora de Patrimonio Cultural de la Universidad Nacional. Ella, emocionada, me resume el valor de la obra de Chucho: “Es un retrato amoroso que despierta la mirada y la conciencia desde un tono ético sin acusar ni tomar partido, sino invitando a la responsabilidad colectiva, a ponernos en la piel del otro, a desactivar los aparatos de fabricación del odio y desde ahí a una reconciliación para fomentar la esperanza y la reconstrucción. Desde lo estético, sus fotos son como un espejo roto que compone la memoria de un pueblo, recogen ese relámpago en el que se ilumina la historia”.