Los incómodos de El Faro, perfil del ganador del Reconocimiento a la Excelencia Periodística
Por César Castro Fagoaga
Los lunes eran sagrados. Al principio, lo eran todo. La edición semanal se publicaba los lunes, se planificaba la siguiente, los textos se evaluaban (más bien se destrozaban) y todos esos jóvenes, la mayoría casi unos niños, que se juntaban los lunes por la noche recibían la dosis por la que continuaban escribiendo sin cobrar un cinco: hacer periodismo. Lea aquí el acta del ganador
En 1998, cuando el proyecto nació y comenzó a andar, entonces con columnas de opinión y análisis, ninguno de los dos fundadores sabía que lo creado era el primer periódico exclusivamente digital de Latinoamérica. No fue a propósito, obviamente; sin recursos para levantar un periódico impreso, internet se volvió la única opción. Y en un país como El Salvador, con escaso acceso a internet en aquellos años, la idea de un periódico digital sonaba un poco más que inverosímil.
El primer editorial tuvo dos promesas: transitar del internet al papel y hacer un periodismo independiente, sin ataduras, fiscalizador, profundo. Incómodo, como una y otra vez sus reporteros lo han definido. Por fortuna, solo la segunda se ha cumplido.
En 18 años, El Faro ha investigado y revelado numerosos actos de corrupción, las finanzas ocultas de presidentes y expresidentes, el pacto de un gobierno con las pandillas, la operación de uno de los principales grupos de narcotráfico, los asesinos de Monseñor Romero. La idea de ser un periódico impreso, abandonada en 2006, se transformó en una plataforma donde ahora conviven los documentales, la radio, los libros de crónicas, el foro más importante de periodismo en Centroamérica y proyectos de periodismo especializado. En el camino a la mayoría de edad, a los reportajes que fiscalizan el poder público se han sumado dos secciones que han permitido retratar y explicar, a través de investigaciones de largo aliento, la crisis de la migración centroamericana y la violencia en el Triángulo Norte de Centroamérica.
Ha pasado mucho desde entonces. Un periódico que comenzó a editarse en un cuarto con dos computadoras, un periódico digital que a veces no tenía internet, que logró financiamiento para contratar a sus periodistas, que ganó un premio Ortega Gasset, que necesitó escolta policial después de algunas publicaciones, que incomoda a las élites. Más de 100 colaboradores, entre reporteros, columnistas y pasantes. Cuatro generaciones de periodistas que entendieron (y creyeron, que no es poco) ese sueño insensato del periodista Carlos Dada y el empresario Jorge Simán.
Los pormenores de la historia, periodistas que son, la cuentan mejor ellos.
Carlos Dada cumplirá 46 en octubre. En mayo de 1998, cuando fundó El Faro, tenía 27, la cara más angulosa y la barba sin canas. Ya entonces caminaba como si siempre tuviera prisa y tenía un sentido del humor aferrado a los chistes incomprendidos.
Carlos. Después de varios días con una interminable lista de nombres terribles, alguien propuso El Globo, porque tenía que ver con globalización y navegación. Nos gustó la idea pero no el nombre. Le dimos vueltas al concepto y aterrizamos en El Faro. No recuerdo exactamente quién ni el día en que decidimos que se llamaría El Faro.
Jorge Simán recién ha cumplido 53. En 1998, cuando fundó El Faro, tenía 34, y todavía jugaba al fútbol y al squash. Ya entonces saludaba con manotazos amistosos en la espalda y tenía ese carácter bonachón que costaba adivinar, a primera vista, en ese ropero de casi 190 centímetros.
Jorge. Recuerdo -y esto ya no es tan fidedigno porque ya pasaron poco más de 18 años- que pasamos al menos tres meses pensando en diferentes nombres con Carlos Dada y finalmente en una conversación con David Escobar Galindo, él fue el que nos sugirió el nombre de El Faro. Lo que nos gustó mucho es que lo asoció al mundo tecnológico al cual estábamos incursionando. Deseábamos encontrar una forma en cómo contribuir a la construcción de un mejor país. Con Carlos nos reuníamos cuando él venía de México y nos veíamos donde nuestros parientes mutuos, y nos poníamos a hablar de esas posibilidades. Obviamente, como lectores y ciudadanos, no disfrutábamos de las alternativas periodísticas que tenía nuestro país. Y queríamos algo mejor.
Sergio Arauz tiene 37. Tenía 21 cuando conoció a los fundadores de El Faro, que para entonces pateaba los dos años. Era estudiante de periodismo en la Universidad Centroamericana y por supuesto que le interesó la posibilidad de entrar a un periódico que proponía el camino a la inversa en la prehistoria del internet en El Salvador: comenzar en la web para luego mudarse al papel.
Sergio. En la universidad, Carlos Martínez, Marcelo Betancourt y yo ya éramos bien amigos y ya teníamos una revista, Bossa Nova. Esto se traslapaba con que ellos, en una gasolinera, habían visto a Carlos Dada. Carlos Dada conocía a Marcelo por la relación que tenían a través de Jorge Simán. Ahí empezaron a hablar de hacer algo y en aquel momento Carlos (Dada) tenía un proyecto de Jóvenes que Opinan, y se suponía que Carlos y Marcelo iban a hacer columnas de opinión, que nunca se publicaron porque no reunían los principios mínimos de este destacado editor. Este fue el fallo del Consejo Rector
Carlos Martínez acaba de cumplir 37. También tenía 21 cuando ocurrió el encuentro de la gasolinera con Carlos y pensó, ilusamente, que aquello le serviría para reunir fondos para oxigenar la revista que dirigía con Sergio Arauz. Estudiaba en la UCA y ya para entonces –incluso mucho antes- la gente le llamaba más “Chele” (blanco, canche, güero) que su nombre de pila. Ya vivía pegado al inhalador por su asma.
Chele. Marcelo nos dijo en principio, oí que ridículo, que nos podía poner en contacto con su pariente, con Jorge, para buscar recursos. Nosotros financiábamos la revista con una fotocopiadora que tenía el papá de Sergio, a la que le acabamos no sé cuántas veces la tinta. Entonces comparecimos ante Carlos Dada y Jorge Simán para ver cómo nos daban dinero para financiar Bossa Nova. Por supuesto, salimos de aquella reunión con el compromiso de trabajar gratis para El Faro. Básicamente la gente de Bossa Nova terminamos pasándonos, en distintas tandas, a El Faro.
José Luis Sanz se encontró con los hippies del periodismo, como los define Sergio Arauz, en 2001, cuando las kilométricas reuniones de evaluación y planificación ocupaban toda la noche de los lunes, y se tomaban la serenidad de la oficina de Jorge Simán. José Luis, nacido en Valencia, había llegado a El Salvador dos años antes, cuando tenía 25 y lucía lampiño e inocente como acólito.
José Luis. ¿Cómo fue la seducción? Fue un rollo de ligue de una noche… casi. La cosa fue así: todos en el periodismo, en 2001, ya teníamos una noción de que existía El Faro pero no era de consulta constante, pues de vez en cuando publicaba una historia fuerte que nadie contaba. Cuando renuncio a El Diario de Hoy, Carlos Dada, que nos conocíamos más de referencia que otra cosa, y nos habíamos visto un par de veces, me invita a almorzar. Me dice: “mirá, me gustaría ofrecerte que colaborés con El Faro, que escribás una columna o algo. Mientras tanto, ¿por qué no te vienes el lunes a la reunión de evaluación –yo estoy convencido de que es mentira- porque los chicos quieren conocerte?”. Vamos, le dije, me encantaría conocer al equipo. Entonces llego a la clásica reunión de evaluación de lunes por la noche. Esa fue la primera vez que vi a los que estabais ahí, creo que tú también estabas. Todos los que estaban ahí: el Chele; Lauri (García Dueñas); Alicia (Miranda); Óscar (Martínez) no, porque no le dejaban; la Rata (Rafael Flores) me parece que estaba en esa época. Hablamos, estuve en la evaluación y cuando termina se hace pauta para la semana siguiente y Carlos dice: “bueno, lo que pasa es que yo salgo de viaje”. Y creo que fue el Chele el que preguntó: “¿y quién va a editar?” Y hubo un silencio incómodo: todo el mundo me miró y Carlos me dijo: “¿Y te importaría?” ¿Y qué vas a decir? Claro, claro, encantado. Y ya me quedé de editor. Yo entré de visita y salí de la reunión de editor de El Faro, porque, claro, se suponía que era una semana pero era mentira.
Chele. Yo salí del país a estudiar a México, para terminar la licenciatura en Puebla, y cuando regreso, no sé si ya estabas vos, era una rueda inmensa: teníamos hasta sección de deportes. Los más jóvenes querían ser periodistas culturales y aquella cosa había crecido, pero sobre todo había dado frutos la convicción de Carlos Dada de que aquello era serio porque todo el mundo se lo tomaba en serio. Carlos tuvo la enorme capacidad y probablemente ni sea consciente de esto, creo que ni supiera explicar con claridad cómo lo hizo o de dónde abrevaba él sus propias convicciones en aquel momento.
Sergio. En 2001, recuerdo que Carlos Martínez comenzó a trabajar en La Prensa Gráfica, y eso porque de alguna forma lo aprendido le había dado una especie de catapulta. Así, todos los que empezamos a pasar por El Faro empezábamos a pasar por La Prensa: teníamos una especie de puerta abierta al periodismo profesional.
Chele. Pero seguíamos reuniéndonos los lunes y aparte de la universidad, de La Prensa, había que entregarle a Carlos Dada lo que te habías comprometido y, si no, te daba unas enormes agüevadas los lunes. Ni en La Prensa nos tenían tan cortos.
José Luis. No se entendería la historia de El Faro sin La Prensa Gráfica. Yo estuve seis años en La Prensa. Primero una anécdota: a medida de que El Faro iba haciéndose poco a poco más relevante e incidiendo más en el debate, dentro de La Prensa, a ciertos colegas les iba surgiendo como odio natural a El Faro. Recuerdo una vez que en el corcho, en el tablón de anuncios de la redacción de La Prensa, alguien imprimió la mancheta de El Faro y marcó en amarillo todos los de El Faro que estábamos también en La Prensa, y éramos como siete u ocho. Yo siempre lo explico diciendo que nosotros trabajábamos en un periódico y por las noches hacíamos nuestro periódico.
La sección Política de La Prensa Gráfica era dirigida por un editor de apellido Vaquerano, conocido por todos como Saúl, pero que insistía –todavía lo hace- en presentarse como Ricardo. Siete años antes de convertirse en el jefe de Redacción de El Faro, Ricardo Saúl Vaquerano fue el encargado de formar -y soportar- a la oleada de periodistas que le llegaron desde El Faro.
Ricardo. Los primeros recuerdos que tengo de El Faro son los que tienen que ver con cosas que a mí me parecían valiosas, periodísticamente, que me daban cierta envidia y que suponían, para mí, que era editor de la sección política de La Prensa Gráfica, un reto periodístico.
Sergio. Recuerdo la primera vez que se provocó una fricción fue cuando con Carlos (Martínez) publicamos la entrevista con Mauricio Funes, expresidente del país y que en aquel momento empezaba a meterse a querer ser presidente y ser político. Fue la primera que salió una especie de amenaza en los reporteros de El Faro que también trabajaban en La Prensa.
Ricardo. Yo sabía que varios de los periodistas que trabajaban en mi sección estaban haciendo periodismo también para otro medio pero no creía que fueran productos que necesariamente cabían en la sección de la que yo era responsable, no me incomodaba particularmente. Por lo demás yo me hacía un poco loco y esperaba que Carlos Dada se entendiera con los dueños del medio.
Carlos. ¿Cuándo me cayó el veinte de que El Faro tenía futuro? El Faro siempre tuvo futuro. Lo que le faltaba era presente.
Jorge. Creo que hubo diferentes momentos en la historia de El Faro en la que nos dimos cuenta de que esto funcionaba. Al inicio, después de los primeros dos años, a medida que los estudiantes se unían al proyecto y se sentían inspirados por él. Después, cuando conseguimos los primeros ingresos de parte de los primeros donantes (daneses, a través del PNUD), y pudimos ver una fuente de ingresos que nos permitiera retener a los jóvenes talentos que habíamos atraído. Finalmente, a medida que el público ha ido creciendo así como la reputación del medio.
Sergio. Entonces, el 15 de octubre de 2005 recibí mi primer salario de El Faro. Cuando renunciamos vos y yo, habrá sido el 15 de septiembre, hubo un limbo de 15 días y empecé en octubre. Recuerdo que la primera asignación de reportero a tiempo completo fue la de la erupción del volcán Ilamatepec y el huracán Stan. Pero el primer texto que me marcó fue el del Cartel de Texis. Vos sentís que tu vida se transforma cuando andás con unos señores atrás cuidándote.
Ricardo. Con Carlos Dada platicábamos de vez en cuando. Hasta que un día, que nos encontramos en la velación de no recuerdo quien, salimos a platicar y él me dijo: “Saúl, me gustaría saber si estás dispuesto a trabajar con El Faro”. Y le dije: “Carlos, no sabés cuánto he esperado que me digás algo como esto”. Pero para entonces faltaban muchos meses para que se pudiera cristalizar eso. Cuando llegué a El Faro, en abril de 2008, era un medio que no tenía institucionalidad, que no tenía procesos claramente definidos y que su trabajo usual era este: publicar los lunes unas notas ampliadas sobre cosas que ya todo mundo se había enterado. Y las publicaciones de los lunes, con muy poca frecuencia, eran suficientemente espesas como para que valiera la pena seguir en ese esfuerzo. Pero El Faro ya reunía cosas muy valiosas. Una era la capacidad de profundizar; la otra, esto que se desprecia en demasiadas redacciones de medios de todo el mundo: y es el tiempo para pensar adecuadamente las cosas, y particularmente el tiempo para trabajar a las fuentes.
2008 fue un año clave: no solo por la llegada de Ricardo Vaquerano como jefe de Redacción, a quien –junto con Carlos- los periodistas de El Faro consideraban su maestro; si no por la especialización del periodismo de investigación que ya hacían. Y la culpa la tuvo Óscar Martínez. Periodista como Carlos Martínez, su hermano mayor, Óscar vivía en México, después de pasar una temporada en La Prensa Gráfica, cuando le planteó la idea a Jorge Simán. En ciernes estaba En el Camino, un proyecto que narró la migración centroamericana, y que sirvió para publicar decenas de crónicas, dos libros y uno de los documentales más celebrados de Marcela Zamora.
Óscar. Yo con El Faro tuve relación mucho antes y con Carlos Dada empezamos a hablar de mi inclusión en el periódico en 2005, cuando yo estaba en La Prensa Gráfica, en la sección de política. Al final no se concretó, en primer lugar por esa regla extraña que El Faro tenía, que poco a poco se fue disolviendo, de lo del parentesco, pero entiendo que fue (más bien) por la realidad de El Faro: por falta de dinero. Me incorporé en enero de 2008, con el proyecto En el Camino. Durante 2007, no digo que entré, pero con Jorge Simán creamos ese proyecto para pedir financiamiento. Yo siempre vi a El Faro no solo como un periódico, sino como una plataforma para que periodistas realizaran sus proyectos. Recuerdo que Jorge me dejó muy clara esa idea: como una plataforma para que periodistas, que tenían ideas que a El Faro le parecían buenas, consolidaran sus proyectos. El proyecto (de cobertura de migración de centroamericanos en México) En el Camino ya casaba con las intenciones de El Faro. ¿A qué intenciones me refiero? A las intenciones narrativas. Y fue un punto de inflexión: En el Camino fue para la generación de proyectos específicos como esos.
Marcela Zamora se topó con el germen del proyecto En el Camino en la Ciudad de México, donde trabajaba. Salvo los tatuajes, en los últimos ocho años no ha cambiado nada; de hecho, hasta parece más joven. Entonces tenía 27, la misma convicción de denuncia y estaba a punto de embarcarse a su primer largometraje documental.
Marcela. Yo estaba en México trabajando para Al Jazeera y llegaron Óscar y Edu Ponces con el proyecto En el Camino, que en este momento se estaba formando. Al final comencé a viajar con ellos los fines de semana para conocer la realidad de los migrantes. Un día me di cuenta de que no era para un cortometraje, hablé con Óscar y Edu y les dije que iba a dejar Al Jazeera y me iba a dedicar solo a esto. Así salió la idea de hacer el documental sobre mujeres migrantes: porque era una temática que ellos no lograban manejar porque es muy difícil que una mujer migrante se le abra a un hombre, y a mí se me abrieron muy fácil. Me di cuenta de que en el camino solo los hombres hablaban, y la migración tenía un rostro masculino y le quería dar un rostro femenino. Así propuse hacer un largometraje y comencé a hacerlo. (Fue “María en tierra de nadie”).
Óscar. Desde 2008, y ya estamos en 2016, vamos hacia los diez años que El Faro tiene una sección de cobertura de gran formato, donde la crónica es el jugador principal. Aquella idea de 2008 se asentó en El Faro y ha cambiado los últimos 8 años del periódico. Entonces nos interesamos que eso continuara con el proyecto de Sala Negra, que, habiendo experimentado En el Camino, cuajó muy fácil en el periódico.
Sala Negra nació con un pacto, en casa de Jorge Simán. Se le conoce como el acuerdo de la pizza, pero esa ya es otra historia. La idea había sido peloteada previamente por Óscar Martínez y el fotógrafo catalán Eduard Ponces, dos de los principales motores del proyecto En el Camino. Edu, Óscar y su hermano Carlos buscaban crear un equipo grande, con periodistas que ya estaban en El Faro, como Daniel Valencia, y otros que siempre habían estado cerca. Roberto Valencia, un vasco jovial que nunca se rinde ante una discusión, y obsesivo con los detalles más pequeños, entró así a El Faro.
Roberto. Mi incorporación fue medio de accidente. Mi etapa de freelance fue larga, casi dos años –salí de La Prensa Gráfica en junio de 2009- y de freelance, en un país como El Salvador, es gratificante en términos de producción, de notas con las que uno se va a dormir tranquilo, pero en términos económicos sí fue un golpe duro. Entonces surge la posibilidad de la Sala Negra, que es un conjunto de amigos decidiendo hacer un proyecto periodístico, que en principio no estaba destinado a ser parte de El Faro: iba a ser una especie de mini redacción autónoma en la que El Faro iba a ser el aliado principal, obvio, pero la idea nuestra original era incluso funcionar en una oficina aparte. Ya me conoces a mí, siempre fui bastante escéptico porque era demasiado perfecto: íbamos a tener fondos y tiempo para hacer el periodismo que queremos sobre un tema que es el que más sacude a esta sociedad. En mi rol habitual de existencial siempre le vi bastantes peros, no al proyecto, que era una maravilla, pero a que terminara cuajando. Y al final cuajó.
Óscar. Nos parecía que Sala Negra era el intento de alumbrar esquinas oscuras, no visibles, de las sociedades centroamericanas. Y cada vez más, sobre todo hasta 2013, ninguno terminaba el año pensando que habíamos descubierto el agua tibia. De hecho, el origen de las pandillas, José Luis y Carlos, y algunos materiales de Rober, terminan de explicarlo en 2013. El origen del grupo a estudiar terminamos de explicarlo en 2013 y luego entrábamos en otros temas. Nadie nunca, al final, se ha sentido satisfecho, siempre creemos que hay más. Alguien puede decir que le parece reiterativa la forma de escribir, pero la temática no. Aquella concentración en explicar el origen de pandillas dio paso a voltear la forma de ver al Estado: este año, casi todas las crónicas tienen que ver con el Estado: masacres policiales, “El Salvador es un buen país para matar”, “Los cuerpos de seguridad son un barril de dinamita”, muchos de los materiales de este año no vuelven a ver al grupo criminal, sino a la actuación del Estado frente al grupo criminal. Cada vez se va descubriendo algo nuevo.
Roberto. No estoy sorprendido por la reacción de la sociedad. Primero porque un periódico digital no creo que tenga la función de moldear a la sociedad. Esta sociedad es la que es, independientemente de los temas que saque El Faro. En caso que se esté cambiando algunas cosas son tan pequeñas que no se pueden ver ni apreciar en un periodo tan corto. Esta sociedad, que es la que es, es una sociedad que le gusta el militarismo, que le gusta el ojo por ojo, le gusta que el delincuente se pudra en la cárcel. Esta sociedad es así, lo era antes de Sala Negra y lo va a ser cuando termine Sala Negra y eso no lo va a cambiar el periodismo. A mí me gusta una frase que usa José Luis, que el periodismo para que tenga una función social tiene que incomodar y tiene que generar reacciones. No es que sea ese su rol siempre, enojar al lector, pero sí que toque temas que muevan el piso a ciertos valores establecidos en esta sociedad.
Óscar. Fue la tregua entre pandillas (descubierta en marzo de 2012 por El Faro) la que nos exigió voltear a ver mucho más a El Salvador y en algunos momentos abandonar Centroamérica, que es algo a lo que tenemos como prioridad volver este año. El próximo paso de Sala Negra debe ser empezar a increpar a Centroamérica como región. El Salvador lo hace muy mal: sí, lo hace terrible: uno de cada 10 homicidios cometidos el año pasado habían llegado a un juzgado. Honduras lo hace terrible, Guatemala lo está haciendo algo distinto, pero cuando ves investigaciones que tuvieron que haber sido regionales te das cuenta de que en Centroamérica la frontera geográfica la marcan las fronteras de la investigación. Los criminales entendieron muchísimo mejor lo absurdo de las fronteras y los Estados no lo han entendido. De hecho, el génesis de Sala Negra surgió en el Foro Centroamericano de Periodismo, en el primero. Hubo una mesa en la que estuvieron Carlos Fernando Chamorro (director de Confidencial), José Rubén Zamora de Guatemala (director de El Periódico), Carlos Dada y alguien que no recuerdo el nombre de Honduras. Cada quien comenzó a contar las desgracias violentas de su país.
Chele. El primer foro fue en 2010. Yo llevaba molestando a Carlos Dada algún tiempo con la idea. Yo había conseguido salir del país, con la ayuda de la FNPI, y había conocido colegas suramericanos. Había tenido el chance de encontrarme alguna vez con Julio Villanueva, o en algún taller con Jon Lee Anderson y más tarde con la gente de Gatopardo, y había quedado con la sensación de que El Salvador estaba aislado. Se me ocurrió sugerirle a Carlos y molestarlo para convencerlo, que no fue difícil, que invirtiéramos ese dinero (una donación hecha a El Faro) en hacer un evento que se pareciera a aquello que yo había visto en Monterrey, en Buenos Aires o en Bogotá. Fue así como se armó el primer Foro Centroamericano de Periodismo, que en aquella ocasión tuvo a Julio Villanueva Chang con un taller de crónica. La experiencia nos pareció tan buena que repetimos el año siguiente pero ya teníamos cuatro patrocinadores. Repetimos al año siguiente y aquella cosa se fue poniendo cada vez más seria. El trabajo de El Faro se estaba conociendo más a nivel internacional. Habíamos ganado algunos premios, que nos colocaban como un bicho raro. No sé, creo que El Faro, ahorita mismo, entre todos los equipos, creo que se ha ganado todo, salvo el Rey de España. Hemos estado en SIP (Roberto Valencia ganó mejor crónica en 2015), FNPI como finalistas (en 2013) , hasta ahora que ganamos, y el María Moors Cabot (Carlos Dada en 2011). De alguna manera, nos permitió tener roce y credibilidad afuera del país. (El Chele no lo menciona pero él, en 2011, ganó el Ortega y Gasset. Tres años más tarde, el fotógrafo Fred Ramos ganó el World Press Photo).
Nelson Rauda Zablah, un enjuto muchachito de 24, entró a El Faro en mayo de 2015, durante el foro de aquel año. Atrás había dejado su primer trabajo en la sección Judicial de La Prensa Gráfica, no así su actitud irreverente disimulada en ese look de pastor.
Nelson. Yo le compro mucho el discurso a Óscar Martínez de que lo que hacemos sirve, aunque sea, para hacerle la vida más difícil a algunos bastardos. Este país con tanta impunidad casi nunca pasa factura de las cosas incorrectas que los funcionarios o empresarios hacen. Entonces, las verdades periodísticas a veces son la única forma. Proveemos información para que la ciudadanía tome mejores decisiones. Dejamos constancia de qué es y quien es quién en este país antes de que implosione.
Chele. Si me preguntás por qué hago periodismo hoy, yo diría casi lo mismo que decía el niño que fui haciendo Bossa Nova: para cambiar las cosas, solo que hoy entiendo que no van a cambiar. Fijate que (Martín) Caparrós, en el cierre del Foro Centroamericano de Periodismo de este año, se enzarzó en ese debate con Óscar. Le decía Caparrós al Óscar: “bueno, ustedes quieren cambiar el mundo, eso es más de lo que tiene mucha gente que hace periodismo. Ustedes ya saben qué juego jugar, en qué posición juegan, ya si ganan es otra cosa”. Ya es un lujo saber qué juego es el que te gusta jugar y cuáles son sus reglas, y mejor es si sos titular. Ya otra mierda es que perdás, pero, ¿a qué vale la pena estar jugando? Al final alguien puso en palabras lo que más o menos intuíamos que es.
María Luz Nóchez acaba de cumplir cinco años en El Faro. La primera publicación de Malu, como le gusta que le llamen, fue una entrevista con una actriz de teatro. Desde entonces se ha encargado de la cobertura cultural del periódico.
Malu. Importa lo que hacemos, sobre todo en mi área, porque estoy describiendo cosas que pasan generalmente desapercibidas. La diferencia entre El Faro y los demás medios es abismal, no porque seamos los mejores, sino porque lo que prima para los demás son los espectáculos, no la descripción del fenómeno de manera local. No sé qué tan particular sea, nunca he trabajado en otras redacciones, pero el ambiente de camaradería es genial. Un trabajo que generalmente es individual se nutre de las dudas y los aportes de todos, no solo del ir y venir de ideas con el editor.
Nelson. Yo creo que la gente no se da cuenta de lo difícil que es publicar en El Faro. Uno vuelve a la oficina bien contento con la información que has conseguido y Saúl o Daniel siempre te dicen: ¿y no preguntaste tal cosa? Y ya te decepcionás y te sentís mal periodista. Pero es chivo, es un aprendizaje constante.
José Luis Sanz asumió la dirección de El Faro en agosto de 2014. Tras 16 años, Carlos Dada dejaba El Faro un tiempo, y se mudaba a Nueva York para trabajar en un libro. Era casi una cuestión de gravedad, recuerda ahora José Luis, sobre el traspaso de mando. Recibió una plataforma periodística más madura, con un equipo de más de 30 empleados y, no menos importante, la necesidad de mantenerla a flote cada año.
Hace falta, claro, pero lo hecho hasta ahora no ha sido poco. Así lo ha creído la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano, la FNPI, que ha concedido el Reconocimiento a la Excelencia a El Faro, un premio por la trayectoria, por la independencia, por las investigaciones que sirven para tomar mejores decisiones y exigir a los funcionarios, como ha pretendido siempre Carlos Dada.
Ricardo. Si El Faro existe ahora es porque resultó exitoso periodísticamente. La clave está en la profundidad de algunos ejes de cobertura que constituyan un menú reducido de opciones informativas, siempre y cuando sean las adecuadas. Podríamos decir que vamos a dedicarnos a la cobertura de espectáculos internacionales y destinar a tres periodistas para hacer una especie de Sala Rosa, pero en El Faro estamos convencidos de que en países como este, en sociedades como la de El Salvador, Guatemala, Honduras, necesitan tener en sus manos información sobre corrupción, sobre políticas públicas, sobre crimen organizado, sobre temas de educación y ambiente, porque ahí está aquello que puede significar algo malo para sus vidas o algo bueno para su futuro, alguna esperanza para sus hijos. La clave está en dedicarse en lo más importante y sobre todo en la profundidad y desafiar al poder.
- César Castro Fagoaga es salvadoreño. Se formó como periodista en El Faro y en 2005 fue su primer jefe de Redacción.